07 enero 2013

Entre limones



En el cauce del río a las siete de la mañana de un día de invierno hace frío. Sin ningún otro sitio adonde ir, todo el aire helado de las montañas se acumula en el fondo del valle y hace que las extremidades de cualquier viajero que se aventure por allí se queden insensibles y congeladas. Pero durante unos breves momentos sobreviene también un espectáculo de gran belleza: cuando los primeros rayos del sol matutino rozan los altos acantilados de la Contraviesa, estos se vuelven de color rosa dorado, y una luz suave inunda las curvas y pliegues de las colinas de más abajo. De algún modo esto te libera la mente de las preocupaciones que posiblemente estés sintiendo por los primeros síntomas de la congelación.